lunes, 2 de noviembre de 2020

Todos Santos

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Foto: Jesús Bonilla Palmeros


Mis recuerdos de Días de Muertos son bien chidos, empezaba todo desde cómo el 25 de octubre, porque había que conseguir la rama tinaja y comprar las cosas para el mole y los tamales, y hacer las canastitas de viruta de madera forradas con papel de china para el altar. A las canastitas le poníamos mandarinas, un pedazo de caña y tecojotes, que ya para entonces comenzaba a haber en el pueblo.

Y mientras los niños hacíamos eso, mi abuelo y mis tíos se ponían a armar el altar, con los escalones y el arco cruzado de rama tinaja. Y mi abuela y mi madre y mis tías comenzaban a moler las pepitas en el metate y los cacahuates para el mole. Mi abuela siempre decía que el mole para los muertos se tenía que hacer a metate y molcajete, que las licuadoras eras para huevonas, así decía.

Y la verdad es que quedaba bien rico, luego el 26 a comprar la flor de muerto, cempasúchil y mano de león, para ponerle color al altar y el papel picado, que lo hacíamos nosotros con figuras medio feas; pero en la papelería comprábamos de ese que hacen con cincel, que tiene a la Catrina o unas calaveras jugando a la lotería.

Bien bonito que nos quedaba el altar, con sus 3 escalones, sus manteles de papel picado, su arco de rama tinaja, todo adornado con cempasúchil y mano de león, y las canastitas colgando unas y otras en la mesa. Se ponían las fotos y las veladoras, la cruz de sal, el pan de muerto, el vaso de agua.

Luego ya el mero 27 a las 12 del día rezábamos el rosario para recibir a los muertos, y se prendía el incienso, se hacía el camino de cempasúchil desde el altar hasta la puerta. Después del rosario se ponía la comida. Cada día se rezaba por algún tipo de muerto: los ahogados, los matados, los que murieron sin bautizo, y luego, el 1 y el 2 de noviembre que eran los días mayores, además del rezo en el altar, visitábamos el panteón.

Pero eso era antes. Cuando todos mis tíos estaban juntos y mis abuelos estaban completos. Luego vino la desgracia. Todo el pinche estado de Veracruz se volvió un campo minado como decía mi má. Donde no te levantaban, nomás te daban de tiros. Ya no había ni para dónde hacerse. Nos enterábamos de amigos, de conocidos, de vecinos, casi todos tenían a alguien muerto o desaparecido, y por lo bajo le dábamos gracias a Dios de que no éramos nosotros. Hasta que fuimos.

Mi tío el mayor desapareció un buen día. Iba saliendo de la universidad, según mi abuela que ese fue su crimen, estudiar para ser alguien. Luego, luego comenzaron a buscarlo, sus amigos distribuían volantes y se dio la alerta a las autoridades –Pinches autoridades que sirven pa’una chingada– eso decía mi abuelo a gritos.

Los días pasaban y se juntaron meses y se juntaron años, como tres. Y el Día de Muertos dejó de ser una fiesta.

El primer año nadie dijo nada, sólo hicieron el altar como por compromiso –Pues si los difuntos no tienen la culpa de nada– decía mi abuela a media voz. Luego el segundo nomás pusieron unas veladoras y rezaron, porque los rezos los escucha Dios y –Quién quita y me devuelven a mi Sergio–

Para el tercer año a mi madre se le ocurrió poner la foto de mi tío en el altar y mi abuela se enmuinó tan fuerte que se le fue la boca chueca. Fue y la quitó.

– ¡Nunca pongas a un vivo entre los muertos! – gritó con una rabia que nunca le había visto en la vida. Mi má lo único que le dijo fue – Ya nos lo quitaron, no vayamos a dejar que nos quiten de uno a uno.

Creo que sabía lo que decía. Mi abuelo no pasó de ese año. Tanto vagar pegando carteles, tanto ir a reconocer cadáveres que nunca eran mi tío, tanto andar encontrando fosas con otros padres igual que él, con sus hijos quién sabe en dónde. Todo eso terminó por matarlo.

– Se lo llevó la rabia – decía mi madre, –el pinche coraje de que en este puto estado todo se lo traga la tierra y no lo escupe nunca.

Desde entonces mi abuela dejó de hablar, sólo murmuraba entre dientes las cosas, sin voz, ni tantita. Y toda mi familia seguía en colectivos y en marchas, porque decían que no había que olvidar a nadie, que algún día los íbamos a encontrar –Vivos o muertos – decía mi madre, –ya sólo queremos un consuelo para terminar– remataba y se le quebraba la voz. Porque ya eran años, muchos y nada que aparecía nadie, al contrario, cada vez era más grande el ejército de desaparecidos.

Y cada Día de Muertos a poner un altar triste y fotos de muertos, y mi abuela a quitar la de mi tío, porque decía que estaba vivo y que seguiría estando. Lo decía entre dientes, bajito. Ya nunca alzaba la voz. Por eso no entendí nada de lo que pasó.

Había salido con unas madres del colectivo, les dijeron que habían encontrado otra fosa, y cuando fueron no las dejaron pasar. Dicen que mi abuela gritó y peleó porque decía que tenía que ver con sus propios ojos si ahí estaba su hijo. No puedo imaginar a mi abuela gritando. Dicen que las otras madres estaban igual. Dicen que ellas empezaron y que a un militar se le escapó un tiro. Dicen muchas cosas. Sólo sé que mi má no me dejó ver a mi abuela y que lloraba en silencio.

A partir de ahí toda la familia se volvió todavía más activista. Anduvimos en cada marcha, hasta de la escuela me sacaron para poder andar del tingo al tango organizando acciones, así les decían mis otros tíos. Y hubo festivales y desplegados en periódicos y más y más colectivos que se organizaban para encontrar a los que habían perdido.

Algunos lo conseguían, aunque fuera un diente o una mano, aunque fuera los zapatos que usó su último día y con eso tenían para terminar. Mi má siempre decía que lo mejor es poder tener un final, que la incertidumbre mata más que la misma muerte.

No sé, sólo sé que quiero volver a mi tío, que quiero a mi abuela y a mi abuelo, que quiero otra vez los Días de Muerto con paz y colorido, con incienso y flor de cempasúchil. Sólo sé que me hace falta eso, que siento un vacío que me desbarata. Que dejé de jugar, que dejé de estar feliz, que tengo miedo.

El último año que estuvimos en una marcha lo tengo borroso. Todo el estado ya estaba harto, había plantones y justicia por propia mano, eso que le dicen linchamientos. Había dolor en todas las familias y la vida no tenía ningún sentido. Ese año fuimos a Coatza, a marchar. Todo pasó como siempre, las consignas, el tomarnos de las manos, el organizarnos en brigadas, el siempre estar atentos por si había detenidos o encapsulados. Pero todo fue tranquilo.

Ya veníamos de regreso, no era tarde, recuerdo que uno de mis tíos venía manejando y mi má venía dormida a mi lado. El frenazo fue bien fuerte y luego los gritos –¡No se bajen! ¡No se bajen! –

–¡Déjalos chingadamadre son mujeres y niños!

–¡Ya se los cargó la chingada!

Y más y más gritos y los brazos de mi madre apretándome bien fuerte. Luego el silencio.

***

Hoy nos reunimos todos en la vieja casa de los abuelos, como antes, con el altar y el papel picado, con el arco de rama tinaja y las flores, con las canastitas de fruta y el incienso.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Señorita Kreativitet


Era uno de esos días con el mar agobiante, continuamente le sucedía. Caminaba sola por cualquier rumbo para poder concentrarse y dejar de sentir que su cabeza pesaba. Era un dolor sordo, lejano y persistente. Lo padecía desde niña. Ese sonido monótono como el silbato de un barco que se alargaba lentamente a lo largo de los días, hasta que llegaba ése en que se convertía en peso, en fardo que la arrastraba sin importar cuánto se resistiera.

Eran días grises en los que siempre caminaba. El aire en el rostro le ayudaba a sentirse viva. Un día tras otro sin encontrar sentido. 

Los demás no lo entendían. 

¿Cuál era el problema de tener días grises? ¿Qué acaso los otros tenían colores?

Los otros no existían. Sus días eran un espectro de todas las tonalidades de grises imaginables. 

Y ella necesitaba vida. Por eso caminaba hacia cualquier rumbo. Deseaba tomarse el verde de los árboles, el rojo de las bocas, el amarillo de los impermeables, colores, colores, necesitaba colores con que cubrir su gama existencial.

Y hoy era uno de esos días de agobiante mar, de gris sobre gris y para colmo llovía. Los días lluviosos no le ayudaban en nada, porque los colores se apagaban, toda la vida languidecía entre las gotas. Furiosas las de hoy, multitudinarias, estruendosas, acompañadas de truenos que retumbaban dentro del silbato de barco y empeoraban todo. 

Salió bajo la lluvia.

Caminó hasta empaparse, lo que no fue tanto. Se paró en medio de nada y se puso a gritar, quería sacar ese sonido de su cabeza, gritando, gritando, hasta que el grito se volvió llanto. Y entre lágrimas la vio. No captó de inmediato porque su cabeza estaba pesada y era lenta. Tuvo que parpadear varias veces para verla claramente.

Allí, frente a sus ojos estaba la mujer más curiosa que hubiera visto, con los cabellos rosados levantados en un peinado como de la época de Luis XV y rematado con un curioso moño con flores blancas, de piel casi transparente y vestido naranja intenso y un pequeño dije en forma de corazón verde. Tenía pájaros saliendo de su cabeza, con pinceles y telas y colores y texturas; y una jaula en el medio con la puerta abierta. Al verla sintió que una energía la desbordaba. Una comprensión que jamás había experimentado. 

Y en un parpadeo desapareció.

Volvió la lluvia, el gris intenso, el peso en la cabeza, pero por un momento todo se había ido.

¿Qué había hecho? ¿Sería el grito?

Gritó de nuevo.

Solo lluvia.

Probó a llorar.

Una lluvia más intensa.

Se quedó allí sentada en el charco en espera … y entonces se dio cuenta hacia dónde estaba mirando.
Su descubrimiento fue tan violento que se fueron a un tiempo el dolor y la lluvia, el gris, el silbato de barco, el mar agobiante, y solo quedó lugar para los pájaros y los colores, para el cabello rosado y el vestido naranja. Se levantó saltando y riendo mientras acariciaba su dije de corazón verde.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Acústica



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En ocasiones aún puedo ver ese pasillo olvidado, la carta fugaz que aún no sé si leíste. Todavía escapo miedosa de un reloj imaginario y corro a una puerta que nunca está cerrada, pero no puedo cruzarla por más que lo intento. 

Y esa voz que me dice son las tres de la mañana. 

Las campanadas, tu mano rápida, el pasillo, la carta. Tus pasos resonando sin poder alcanzarlos. Un portón algo viejo que jamás está abierto. Y mis ojos cerrados que no encuentran tu imagen. Tu sonrisa flotando alrededor. 

Y despierto.

Siempre de nuevo en mi cama sin pasillos ni puertas, sin relojes ni carta, ni portón, ni sonrisa.

¿Cuántos años han sido?

Y aún me persiguen tus ecos.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Dragones



¡Despierta! la realidad ha llegado con el ocaso. No existen más los mitos con que nos dormían nuestros padres, ahora todo es real como la dimensión que existe en nuestros sueños más recónditos. Nada es imposible, todo se transforma. La recreación de los mundos por fin comienza. Somos dioses y creadores, somos hombres y vasallos, nunca esclavos ni crédulos. Hoy, por fin, todo ha comenzado. De nuevo existen las alas que se alían con el fuego en un eterno baile de confianza. El amor salvaje de las bestias, el brillo de una luenga cabellera. No había nada nuevo bajo el sol, pero nuestros sueños más descabellados han comenzado a volverse realidad. No eran ilusiones ni fantasías. Cierra los ojos y crea, abre tu mundo al infinito, detén el tiempo, guerrea con espadas flamígeras y duerme con el dulce olor del unicornio y el abeto. Conoce hoy la única verdad en este mundo incierto: la magia existe.